leyendas
EL POZO DE ORO
Versión de Don Juan Recabal Jeldres 74 años habitante de la Comuna de Pelluhue.
Su madre contaba, que un torito con cachos de oro siempre se bañaba en el pozo del fondo de la quebrada. Es un lugar hermoso lleno de matorrales y flores silvestres. El agua viene de una cascada y corre por las piedras desde unos 30 metros de altura. El torito se lanza desde arriba y al caer se ilumina la montaña.
La presencia del animalito en el pozo, hacía que abundara la parición de vacunos en la zona, por lo que era muy codiciado y fueron muchos los que trataron infructuosamente de lacearlo, para tenerlo como amuleto de la suerte en su terruño. Vano intento, se decía que una noche los brujos se lo llevaron al río Santa Ana, camino a Constitución, donde también fue codiciado por los ambiciosos campesinos que querían aumentar su manada de animales gracias a los poderes del toro, por lo que de nuevo los malignos se lo llevaron más lejos. Esta vez el torito reapareció en un fundo de Caliboro por la ruta de los Conquistadores.
Se cuenta que el hacendado triplicó las pariciones de las vacas y se enriqueció con rapidez provocando la envidia de sus vecinos quienes también lucharon por reducir al torito con una laceada para disfrutar de sus poderes. Un día un campesino logró arrancarle un cacho y cuando corrió a cogerlo cegado por el brillo y pensando en el oro del que sería dueño, el cacho se volvió piedra.
A contar de entonces el torito desapareció. Después de algún tiempo un arriero, que venía de la Patagonia, contó que envuelto en una nube los brujos llevaron al torito a territorio Argentino, donde ha vivido para siempre. Por eso dijeron a los campesinos de Caliboro; que en ese país abunda carne.
PORTAL DE LAS CONEJAS (PELLUHUE)
Versión de Sra. Evita Vásquez Peñailillo.
Existe un camino transversal que cruza La Carretera del mar y va desde El Mariscadero hacia la montaña. A poco más de un kilómetro de esta vía llamada Las Conejas nos encontramos con Las Tres Esquinas. A la izquierda se direcciona a Pueblo Hundido y a la derecha al antiguo camino que regresa a Pelluhue. Allí el paisaje sobrecoge por su vegetación y colorido, y la presencia de aves y animales.
La tradición oral denomina el Portal al vértice de estas tres esquinas camineras. En ese lugar, según cuentan los lugareños, hay ocasiones en que el caminante pierde la memoria y sufre un traslado físico a otro lugar sin darse cuenta.
LOS FALUCHOS.
Durante los años en que la actividad portuaria chilena tuvo su mayor auge, Constitución y Curanipe tuvieron un papel protagónico en el desenvolvimiento de esta actividad, puesto que contaban con astilleros para la construcción de embarcaciones menores encargadas de transportar la mercadería de los barcos hacia el puerto y viceversa; estas embarcaciones eran los faluchos, los cuales cumplieron un papel fundamental antes de que se estableciera la mecanización de los puertos.
La construcción de estas embarcaciones era hecha de manera artesanal, con madera de roble maulino que los mismos trabajadores de los astilleros sacaban de los cerros. A pesar de ser un trabajo estrictamente manual, este alcanzó un alto grado de especialización mediante el uso de plantillas de cada pieza, permitiendo una reproducción exacta del prototipo.
Los faluchos medían alrededor de 18 metros de largo por 8 de ancho y tres o cuatro de alto y su construcción tardaba alrededor de tres meses.
EL ÚLTIMO MARINO DE LOS FALUCHOS DE CURANIPE.
Con sus 88 años Don Julio Peñailillo Leal, oriundo de Pelluhue es el marino sobreviviente de la generación de hombres de mar que a mediados del pasado siglo llevaban Faluchos a los puertos peruanos.
Don Julio tiene muchos recuerdos cómo pescador y marino. Seis fueron los primeros boteros en la caleta San Pedro de Pelluhue: José Eduardo Villaseñor, Rosalino Jara, Julio Jara, Mario Jara, Rubén Recabal, y Don Julio Peñailillo; en débiles embarcaciones pescaban congrios durante las noches y en el día se sumergían en las frías aguas para extraer piures y locos. Cuando juntaban veinte atados de cochayuyo, cargaban las arcas de sus mulas y machos y caminando a su lado se iban por los caminos de la región durmiendo en cualquier parte donde llegaba la noche. Quince días se demoraban en llegar a Talca. Era prácticamente una travesía romántica; pocas veces las arcas volvían llenas con “las faltas” necesarias, porque el dinero obtenido por la venta de algas se disipaba en “otras yerbas”.
En otras oportunidades cuando se aventuraban mar afuera sufrían la violencia de los vientos y la furia del oleaje. Don Julio cuenta, que la mayor tormenta la vivieron en las costas de Cobquecura, donde durante 48 horas resistieron el temporal que los llevó hasta Dichato, muertos de susto, frío y hambre.
Estos primeros boteros nacieron de familias campesinas, que vivían en las Lomas, pero un día bajaron a la orilla del mar, establecieron sus viviendas y para sobrevivir tuvieron que cambiar de oficio y buscar productos en las rocas y en las profundidades del Océano.
Don Julio dice: fuimos cinco familias Segundo Peñailillo, Milton Leal, Teófilo González, Filomena Peñailillo, y la mía.
Finalmente nos narró su viaje al Perú cuando tenía 48 años. En un Falucho construido por el astillero Abraham Orellana. Zarparon desde Curanipe, hicieron un hito en San Antonio para obtener “los desarmes” (documentación) y de allí hasta el puerto de Mollendo en el Perú, demoraron cuatro meses.
Entregaron el Falucho según el convenio comercial y regresaron en el camión hasta Arica desde donde un vapor los trasladó hasta Valparaíso.
Don Julio se queda silencioso y emocionado con la mirada puesta en el Océano, escenario de todos sus recuerdos.